1.11.07

Primavera

Bajé y el viento soplaba más fuerte que nunca en el año. Me obligó a cerrar los ojos, pero no importaba: sabía el camino de memoria. Abría los ojos solo para comprobar que estaba donde estaba y también, es cierto, para comprobar que el viento seguía ahí.
Aunque tampoco necesitaba mirar para ver el viento, me tentaba ver lo invisible: esa magia de algo siendo el movimiento en las demás cosas.
Subí, bajé y volví a subir por calles que ya conocía. Dejé que viejas ramas con sus nuevos brotes golpearan mi cara en ese deambular. Apreté los dientes antes de cada golpe, ya que sabía exactamente cuando iba a llegar. Me dejé guiar por los aromas de las flores, viejos aromas que renacieron una vez más de la muerte pero que no me sorprendieron.
Caminé un poco más de lo necesario, pasé por los lugares que quería sentir, sentí los lugares por los que quería pasar. Pasé más de una vez por algunos lugares especiales reviviendo sus vientos, sus calles, sus ramas y sus aromas.
Por fin llegué a dónde iba: mi destino. Allí abrí de nuevo los ojos. Allí estaba: mi hogar.

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