Me remangué. Limpié bien la mesada y saqué los ingredientes. Empecé por la masa, para aprovechar después el rato que hay que dejarla reposar para hacer el relleno.
Respiré hondo antes de poner la harina en el bol y disfruté ese suspiro para pedir que toda la comida quedara bien y trajera salud para todos. Es interesante ese detalle olvidado de que en las antiguas culturas indígenas americanas los hombres y mujeres medicina, los encargados de bregar por la salud de toda la tribu, eran también los encargados de las comidas en los rituales. En ese instante profundo, lo volví a recordar.
Empecé con la masa pero sentí que me faltaba algo. Busqué un disco con MP3s en donde sabía que estaba lo que quería, y puse el gran I de Led Zeppelin. Cuando la batería destartalada (por no decir desafinada y que alguien con oído fino me corrija) de John Bonham inundó toda la casa, el momento se completó subitamente. Después del I vino el II, y después el III.
Las horas pasaron volando, desconectado de todo, solo la música y la pasta. Que bien hace desenchufarse por completo de vez en cuando.
Las chicas de mis amores volvieron para compartir los sorrentinos que esperaban calentitos ya. Así la mañana ahora no podía ser mejor: cocinar para las personas que amas y compartir con ellas las intenciones que pusistes en esa comida . Irrepetible. Como los buenos platos que nunca quedan igual de una preparación a otra. Como los buenos discos que nunca suenan igual de una "escuchada" a la otra.
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